Two nights at Cattinara (in Spanish)
By Fernando Rodriguez Villegas
- Categories: Writing
En junio de 2023 al volver de un viaje a Viena y Amsterdam empecé con síntomas de un resfrío fuerte. Pero la fiebre no bajaba y después de unos días llamamos al servicio médico. Terminé yendo en ambulancia al pronto soccorso del Ospedale di Cattinara en Trieste. Tenía una fea pulmonía.
Mientras estuve en el hospital escribí las notas que siguen.
Me llama mucho la atención las jerarquías dentro del hospital marcadas por uniformes de varios colores.
Rojo, naranja, en varias combinaciones, algunas fluorescentes: ambulancia.
Pantalón rojo, camisa blanca: quienes mueven camas de un lado al otro.
Le explican a mi vecina que verde son enfermeras, azul osa [L’Operatore Socio Assistenziale (abbreviato Operatore OSA, oppure Ausiliario Socio Assistenziale-ASA, o anche chiamato Ausiliario di assistenza per anziani) è una figura sanitaria di tipo ausiliario, riconosciuta, formata e preparata ad assistere direttamente le persone nello svolgimento delle attività quotidiane, aiutare nel mantenimento e recupero dell’autonomia, offrire supporto per il benessere psicofisico dell’assistito, ridurre ed evitare l’isolamento e l’emarginazione sociale.]
Todo estratificado, codificado y ordenado.
Pacientes que lo trae la policía local. Pantalón oscuro, remera blanca, bastón y pistola en la cintura.
Un carabiniere que pide la lista de pacientes y chequea con cuidado que está la persona que busca antes de irse veloz. Uniforme azul oscuro con bordes rojos que siempre me sorprende como de mentira, de película antigua, que asusta por su aspecto militar.
Rayos dos veces, una con los pantalones en los tobillos. Tórax de frente, de atrás, de costado, de arriba.
Test de sangre doloroso arriba de la muñeca para medir la oxigenación de la sangre. Me han pinchado para sacarme sangre más veces que nunca y en lugares inusuales.
Bruno que habla Castellano, contentísimo de hacerlo. Padres de las islas Canarias emigran a Venezuela y terminan en Sicilia. Él vivió cuatro años en España. Los triestinos son austriacos, no entienden los chistes. La carne en la Argentina, a la parrilla, es demasiado cocida, en Europa va de poco a nada cocida y no se entienden. Le cuento que leí un artículo sobre esto y que alguien abrió un restaurant donde está abogando el estilo europeo con éxito. Muy simpático y amable. Nos despedimos yo diciéndole: “espero no vernos, no por vos sino por mí”. Le encantó el vos.
El personal muy eficiente y profesional. Unos más personables que otros. Pero responden siempre a cualquier pregunta. Para algunos sos uno más de tantos que han visto durante años. No es un laburo que yo podría hacer. ¿Cómo son en casa, con sus parientes, compañeros? ¿Hablan de los pacientes, cuentan historias?
Una vez en la sala general, los enfermeros que me sacaban sangre eran todos hombres jóvenes. Eficientes, en control, a cargo. Uno debía ser siciliano, aunque no parecía tener un acento muy fuerte. Hablaba con voz firme, con autoridad, charlaba amistosamente con sus colegas, parecía necesitar hablar como un acompañamiento al trabajo, como marcando el ritmo. En un momento, no entendí el comienzo del asunto, habla de la palabra “curtìgghiu” que tuve que buscar online. Es efectivamente de Sicilia. Viene de un tipo de patio interno de edificios, un cortile, donde los habitantes se encontraban. A esto se asoció el concepto de chusmear, de pasar las noticias de la vida de otros. Con lo que “curtìgghiu” en italiano es pettegolezzo, un chisme. Mi vecino agrícola lo sabía y dijo simplemente eso: pettegolezzo.
Siendo Trieste, muchos viejos. Muchos quejosos, exigentes, que quieren atención inmediata, que se levantan de la camilla o la cama cuando no pueden, que hablan cuando le toman la presión y no se callan cuando le dicen que tienen que callarse cuando le toman la presión si no no anda. Y la relación se vuelve tensa con voz firme y en alza de las enfermeras como con chicos rebeldes en el colegio.
Otros viejos gritan, increpan, discuten lo que le dicen de hacer, se sacan la aguja que le dejaron para pasarles medicamentos o suero, se levantan de la camilla, de la silla de ruedas.
En el triage, un señor con una panza prominente cubierta con una camisa como si fuese una cortina. De anteojos cuadrados de alguien muy corto de vista, con el pelo desordenado y mirada ausente, se levanta cada par de minutos de la camilla y deambula en la sala recorriendo el pasillo entre pacientes estacionados principal. En algún momento le dijeron con cierta fuerza e insistencia que debía quedarse en su lugar pero no pareció registrarlo y siguió como antes sin aparentes consecuencias.
Es un nivel de ruido por momentos altísimo, de actividad febril (!), de camas que van y que vienen. El de enfrente tose en continuo, por momentos en forma alarmante. Al segundo día parece haber mejorado algo pero a oídos no instruidos, siempre a punto de algo dramático. A la noche su vecino que lo habrá despertado no pudo más y pegó un grito de “Porco Dio” un par de veces.
La señora de al lado, de a ratos se queja con gemidos continuos, pide ayuda frecuentemente para una cosa u otra. Camina con el pañal a la vista de atrás primero y después simplemente con el culo al aire antes de volver a la cama.
Ayer, una vieja loca se pasó toda la tarde gritando buscando con quien tener una pelea, de a ratos con éxito. Le gritaron que basta un par de veces pero seguía. Eventualmente se fue, no sé si a la fuerza o voluntariamente. En triage la señora estaba cerca mío y parecía desesperada de que alguien la escuche y preguntó una y otra vez dónde estaba. Le explicaban con paciencia que estaba en el pronto soccorso de Cattinara pero parecía no entender o no querer entender.
Cuando me ubicaron en la sala final, de “observación”, se escuchaba un señor que hablaba sin parar con un gran vozarrón, a veces subiendo aún más la voz entrando en algún argumento. Me irritaba escuchar su discurso. Un pesado que eventualmente se fue en silla de ruedas, caminando con los pies mientras lo empujaban. Un señor de más de 70 con cara de lo que parecía: un misántropo apasionado. La ironía: se llamaba Sr. Fernando.
En la sala intermedia el primer día éramos solo tres y yo llegué primero y ligué al lado de la ventana con cortina separatoria del resto. Solo me dieron desayuno al día siguiente. El que lo trajo simpático, gracioso. El té me lo dio en ciotola, una palanganita de plástico endeble que estaba en riesgo de torcerse y volcar todo. Además agua sucia nomás. Había en la pared una de esas cámaras enormes de 360 grados, de color gris oscuro, como un ojo ciego, una semiesfera que todo lo ve. Detrás seguramente alguien que tendrá que mirar cada tanto, la sala uno de varios cuadraditos blanco y negro en una pantalla. Nunca me dijeron por qué este paso intermedio pero sonaba a eso: en observación dedicada por una noche.
En el almuerzo la opción era pasta fredda o pollo, o sea, chicken or pasta, like in the plane dijo la enfermera. Mi vecino, que resultó también tenía pulmonite como yo, pidió pasta. Cuando le dio la bandeja le advirtió que tuviera cuidado porque estaba caliente el plato. Tuvo que explicarle el chiste porque no había prestado atención obviamente. Mejor que un servicio mecánico de todas formas.
De noche la cena me la dio Bruno. Sopa de verduras de color marrón, quién sabe qué sería y bifes con mostaza, arvejas y zanahorias. Tomo la sopa que era pasable y dejo la carne. Al llevarse la bandeja es que me pregunta sobre la carne argentina. Para Italia la comida era paupérrima, pero no creo que nadie espere algo mejor. Casualmente es la misma compañía que tiene la concesión en el ICTP.
El vecino original, mejor de la pulmonite parece, lo escuché hablar por teléfono. Resulta estar a cargo de una huerta comercial, parecería. De familia. Le pregunta a la hija si regó unas plantas. Good for him.
Hay tanta gente que los pasillos están llenos de gente en camilla o en asientos esperando su lugar en las salas. Ayer parecía que no había siquiera camillas libres para llevar a la gente.
La señora de al lado se fue finalmente. No parecía un caso claro de pronto soccorso. Más bien alguien de high maintenance con un problema de constipación que podía resolverse en casa. Se quejaba de la comida, pedía sopita, pastina. Era, en todo caso, insoportable. Cuando estaba para irse le preguntaron si podía buscarla alguien, ¿su hijo? El hijo en Córdoba. No voluntario que había una hija, pero cuando le preguntaron dijo que sí, pero no podía venirla a buscar. Tampoco la vino a visitar. Finalmente, después de horas le consiguieron una ambulancia y ahí se fue, no sin hacer un poco una escena.
Pienso en esos viejos difíciles que deben estar solos y esta visita a Cattinara, como sea, es un evento en sus vidas. Un evento que los relaciona con gente, obligada a tener que ocuparse de ellos, de escucharlos, con quienes discutir o pelearse, que les pone límites.
A todos los lados que me llevaban era en camilla, acostado. Era como en un video game de primera persona, pero con la vista apuntando en una dirección equivocada. Moverse impulsado por una fuerza misteriosa e invisible, que no controlo. En el largo pasillo hasta el ascensor para hacer una inesperada ecografía de abdomen, a la gente esperando turno los veía pasar al borde de mi visión como postes de teléfono en un viaje en auto.
A la noche cuando cerraba los ojos me venía una imagen similar, de video game, moviéndome en un espacio complejo y desconocido, teniendo que elegir a cada rato entre varios caminos como túneles, sin saber ni siquiera a dónde quería llegar.
La salvación fue el teléfono que me mantuvo conectado con mi familia y amigos y me daba algo de qué ocuparme. Escribí las primeras líneas de estas notas ahí para no olvidar los detalles. Con tantos tubos conectados: el oxígeno, el suero o lo que fuera a las venas, tenía que hacer algo de malabarismo para enchufar el cargador. La señora mandamás de la ambulancia, bocha de metal como piercing en el mentón, imponente, de pocas palabras, pero alerta e inteligente, desaconsejó, o más bien ordenó, no llevar los auriculares grandes. La sugerencia parecía ser que podían desaparecer. No me sorprendería que se roben cosas dado el caos y la cantidad de gente que va y viene. Yo guardaba el teléfono en mi bolsito cuando me iba a dormir. Pero mi mayor temor era perder los anteojos sin los que estaría perdidísimo. Más de una vez los busqué un buen rato antes de encontrarlos hacia arriba en mi cabeza o simplemente puestos.
Mi vecino de la agrícola también lo trasladaron a la sección de enfermedades infecciosas del Ospedale Maggiore. Su pulmonite era consecuencia de alguna versión de la bacteria Legionella, famosa porque se descubrió después de una reunión de la Legión Americana en Filadelfia en 1976. En una carambola de suerte, justo llamaron del Maggiore que se había liberado la cama para mí también. Se arreglaron con los de la ambulancia para que nos llevaran a los dos a la vez porque yo podía ir sentado, es decir, podía caminar. Ahí fuimos los dos en la ambulancia. Debía sentirse peor porque no dijo nada en todo el trayecto.
El Maggiore parece un hotel 5 estrellas en comparación. El pronto soccorso de Cattinara, sobre todo hoy, era un loquero, pacientes en camillas por todos lados en distintos niveles de postración y frustración, esperando pacientemente que alguno de nosotros se vaya para que ocurra una rotación de camas y poder empezar la verdadera visita al servicio.
Mi admiración a los que trabajan ahí que tienen que ocuparse de tanta gente distinta, de fácil a insufribles, todos los días de trabajo. Lo hacen desinteresadamente ayudando a quienes seguramente no conocen ni volverán a ver.
Salvo un lejano paciente inglés que solo hablaba inglés, todo el resto era en italiano con algo de dialecto que muchas veces no logré identificar, pero el significado en contexto era claro. “Burtate, burtate” le gritaba la jefa no enfermera a uno de esos viejos difíciles mientras lo empujaba en la cama para que dé media vuelta. También puedo haber oído mal.
Una verdadera experiencia italiana.